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Muchas veces nos hemos visto recordando cómo, hace no muchos años atrás, nuestras madres zurcían nuestros pantalones, llevaban nuestros zapatos al zapatero y heredábamos la ropa de nuestros hermanos o primos. Eran situaciones comunes dentro de la familia, sin embargo, ahora hemos notado que la ropa que usan nuestros niños cada día dura menos, no vale la pena arreglarla por su gran deterioro, y por lo mismo, no es posible heredarla. Algo ocurrió en estos últimos años que la calidad de la ropa disminuyó y junto con eso, nuestros hábitos de consumo.
El denominado Fast Fashion o “Moda rápida”, se implementó durante los años 70s bajo el modelo de creación de ropa a bajo costo, pasando a llevar la calidad de la confección de cada prenda y las materias primas utilizadas. Esto empezó a afectar directamente la vida útil de los productos, alterando por un lado, la periodicidad de compra (ya que nos vemos obligados continuamente a comprar ropa en buen estado para nuestros niños), y por otro, los pequeños “rituales familiares” en torno a cada prenda.
Ante esto se ha vuelto necesario encontrar alternativas que primero, permitan desacelerar nuestros hábitos de consumo y segundo, le otorguen valor y sentido a las prendas que viste cada integrante de la familia. Es así como heredar e intercambiar la ropa de nuestros hijos con la familia e incluso con los amigos, tiene no sólo un sentido sustentable, entendiendo que la industria textil es la segunda industria más contaminante del planeta, sino que también le entrega a la prenda un valor más allá de la ropa misma.
Al pasar la vestimenta de un niño a otro, estamos heredando junto con aquel polerón o aquella blusa, historias, paseos y celebraciones. De esta manera, y sin siquiera tener que buscarlo, estamos mostrando a nuestros niños que lo que están vistiendo, antes lo usó una persona que queremos mucho y que ese cariño se está traspasando a él o ella. Este simple acto, invita a nuestros hijos a ser parte de un círculo familiar que posee redes, que comparte, que se cuida y quiere entre todos, además de hacerlos partícipe de acciones que cuidan el medio ambiente.
Finalmente, esto sólo resulta posible si la ropa que adquirimos es de buena calidad y si realizamos compras conscientes. Para esto es importante adquirir prendas con materias primas que respetan el cuidado del planeta, fibras naturales por sobre las sintéticas; buscar ropa de buena confección que siga un ciclo de uso más largo (intentar salir del circuito de fast fashion) y darnos el espacio para preguntarnos de dónde viene la ropa que tengo puesta. Con estas tres claves, nos estaremos acercando cada vez más a una industria textil consciente con nuestro entorno y que le otorga valor e importancia a cada prenda vestida por los más pequeños de la casa.
Por: Eloísa Silva Valderrama